La inflación en los niveles de tres dígitos viene ampliando la desigualdad entre capital y trabajo. La inflación en la medida que ha venido aumentado ha ampliado la brecha entre los salarios nominales y los salarios reales. Los aumentos anuales de salarios mínimos y de salarios en niveles superiores están por debajo de la inflación. Se ha demostrado que la política de revisión exclusivamente de los salarios mínimos apenas lo que había alcanzado hasta el pasado año 2014, era preservar su poder adquisitivo sin incremento real. No tenemos política salarial que permita equilibrar esta desigualdad creciente. Uno de los pocos elementos de política salarial que sobreviven a duras penas son los convenios colectivos.
La elaboración de los proyectos de convenios colectivos para presentarlos a los patronos es una tarea demanda a los sindicatos una especial dedicación. Para ello se siguen en primer lugar por la manera como ha sido la administración del convenio vigente. Se toma en cuenta la fluidez o dificultad de cada una de las cláusulas, es decir de las condiciones de trabajo o asuntos objeto de la negociación.
Es importante tener presente que en nuestras relaciones de trabajo los convenios colectivos suelen ser frondosos, incluyen cláusulas sobre diversos temas, en donde predominan aquellos relacionados con asuntos no productivos, sino más bien de beneficios a los que los trabajadores aspiran. Nos encontramos con convenios que pasan de las cien cláusulas. De ahí que las negociaciones pueden ser largas sobre temas muy diversos.
Esa frondosidad temática en el contenido de los convenios colectivos proviene de larga data. Se trata de los convenios pioneros como fueron los petroleros y los mineros, que nacen a mediados de la década del cuarenta. Recordemos que las regiones en donde se inician estas actividades extractivas eran de muy escaso desarrollo urbano, además de inhóspitas. De aquí que un convenio atendía un amplio espectro de temas de la vida del trabajador y su familia, tales como educación, salud, farmacia, recreación, vivienda, transporte. En esas zonas productivas no existían esos servicios proveídos por el Estado. Además esas actividades económicas brindaban una alta riqueza a las empresas, y el costo de la mano de obra local era sumamente bajo. Por otro lado, las empresas incluían en sus nóminas a expatriados a quienes tenían que brindarle adecuadas condiciones de vida.
Con el tiempo, el país inició un proceso de industrialización y modernización productiva tanto con los aportes de la inversión privada como pública, y en estos nuevos centros productivos las empresas como los sindicatos adoptaron convenios colectivos que igualmente incluían la diversidad de cláusulas y beneficios que habíamos visto en los sectores pioneros del petróleo y del hierro, a pesar de estar instaladas en centros urbanos dotados de los servicios e infraestructura requerida para los trabajadores y sus familias. Este patrón de contenido de convenios colectivos seguía recargando a las relaciones laborales con multitud de servicios económicos y sociales, que correspondían más bien al compromiso estatal sea por el gobierno nacional o local. Las relaciones laborales descargaron al Estado de estos servicios para la población contractualizada. El Estado los prestaba al resto de la población no cubierta por los convenios colectivos. Con el tiempo este patrón ha venido cambiando, y apenas hoy se observan los servicios de salud, vía los seguros de hospitalización, cirugía y maternidad.
Pero en la realidad de una inflación de tres dígitos, el problema de la discusión salarial adquiere relevancia desconocida en las relaciones laborales venezolanas. Estamos en el año de la inflación más alta de nuestra historia, al menos de la que se tengan registros. Tengamos en cuenta que el Banco Central de Venezuela fue creado en 1939, y desde entonces ha venido proveyendo datos de la inflación a la sociedad venezolana.
Con lo expuesto lo que se quiere destacar es que la discusión salarial es tan imperiosa que requiere ser más expedita, al menos anual con mecanismos confiables y rigurosos de seguimiento de la inflación para adecuar ajustes, pero no estamos hablando del salario mínimo, sino de los salarios en general. Se trata de equilibrar el hecho que muchos precios de productos y servicios se incrementan mensualmente. Lo anterior plantea dos negociaciones: la de los salarios y por otro lado el resto de condiciones de trabajo. La primera anual de alcance sectorial, y la segunda cada dos o tres años por empresa.
Los trabajadores sólo venden su fuerza de trabajo, y perciben ingresos para su subsistencia, y con ello adquieren recursos para entregar al sistema productivo y así sobrevivir. Pero vista la anarquía reinante en la distribución de los bienes alimentarios y de primera necesidad tanto en su accesibilidad como en sus precios, los que viven de un salario están siendo esquilmados todos los días cuando han de comprar sus bienes y servicios.
Los mecanismos de seguimiento de la inflación y de otros índices económicos y sociales venían siendo provistos por el BCV, y otros por el Instituto Nacional de Estadísticas, pero visto que estos entes priorizan la protección del gobierno antes que la objetividad necesaria para con los ciudadanos y la sociedad en general, es por lo que se impone una revisión del manejo de estos entes para que se pueda confiar en ellos para una real política salarial.
Otro elemento importante que apreciamos en los procesos de negociación salarial es que predomina que los sindicatos fijan valores nominales para la discusión; y que alcanzado el aumento a la firma, agregan aumentos escalonados durante la vigencia, pero que todo sin disponer de una brújula que permita confianza y certeza. Es por lo que estos aumentos anuales han de ser negociados en términos porcentuales -%-, que preserven si se consideran justos los diferenciales existentes en los tabuladores o listados de los cargos; teniendo presente que los diferenciales provienen de determinaciones previas, atendiendo a experiencias, calificaciones y desempeño.
La inflación desbordada agrede cada día a quienes viven de un salario que sólo venden su fuerza de trabajo. El tiempo transcurre sin que se construyan salidas y alternativas.
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