Emprendimos hacer un balance del estado de los estudios del trabajo en los últimos veinte años, tarea emprendida con colega de destacada trayectoria en la investigación, la Dra. Consuelo Iranzo -Cendes-UCV-. La publicación está próxima a salir de imprenta desde México. De los tantos ámbitos atendidos en el balance, hemos escogido para reseñar en el presente artículo, solo uno de ellos, el de los estudios sobre la organización del trabajo.
El cambio político iniciado a finales de la década de los noventa da inicio a un nuevo régimen político en Venezuela y por tanto ha signado toda la producción en ciencias sociales y no podía ser menos en los estudios del trabajo.
Los estudios de organización del trabajo antes de la presente etapa no prestaban mayor atención a las perspectivas de los trabajadores. Abundan aquellos orientados al análisis de las organizaciones en la óptica de mejorar la eficiencia en el uso de sus recursos humanos, pero los estudios enfocados en el proceso de trabajo en sí mismo han incluso declinado con el tiempo; o más bien, han ido cambiando su centro de interés.
Para comprender las orientaciones de los estudios sobre la organización del trabajo en los últimos veinte años es necesaria su contextualización. La política de apertura aplicada a comienzos de los noventa tenía como uno de sus propósitos incentivar la competitividad en las empresas, cobijadas hasta ese momento por la política de sustitución de importaciones. Fue un tiempo en que la búsqueda del incremento de la productividad estaba a la orden del día y, aún en medio de la crisis que se prolongaría por largos años, tuvieron mucha difusión los principios de la modernización organizativa. Las publicaciones buscaban resaltar los aspectos más prometedores de dicha modernización y las investigaciones de campo indagaban sobre la incidencia práctica de tales principios; es decir, buscaban determinar en qué medida estos habían sido asumidos por las empresas venezolanas.
Las principales conclusiones de tales investigaciones las podemos resumir en: 1) las empresas venezolanas se manifestaban más interesadas en incorporar innovaciones blandas que lo que se había apreciado anteriormente, cuando se privilegiaba la incorporación de tecnología dura, propio de una economía rentista; 2) eran las empresas de gran tamaño las que más se modernizaban, pero sobre todo las pertenecientes al algunos pocos grupos corporativos -Sivensa, Polar- y las transnacionales, las cuales además motorizaron cierta mejora en sus cadenas productivas por las exigencias hechas a sus proveedores; 3) se comenzaba a observar un cambio en el discurso de la gerencia, que enfatizaba la necesidad de un estilo de gestión de puertas abiertas, acorde con la imagen del empresario moderno; 4) los cambios introducidos no alteraban significativamente la organización del trabajo, en tanto no modificaban la autonomía ni la capacidad de decisión de la mano de obra, sino que el acento se ponía en generar: a) una mayor conciencia respecto a la calidad y al necesario cumplimiento de los pasos establecidos para su logro, y b) un sentido de identificación y pertenencia con la empresa; 4) en materia de relaciones laborales, el rasgo más reseñado era la progresión de la individualización de las relaciones obrero-patronales; 5) los sindicatos por su parte se mantenían al margen de los asuntos relativos a la organización del trabajo, mientras no se alterasen las asignaciones de tareas contempladas en los tabuladores de cargos o algún otro aspecto contemplado en el contrato colectivo.
Con la entrada del siglo XXI, y concretamente con la instauración de un nuevo régimen político que demoniza términos como competitividad o productividad y que cambia las reglas de juego del sistema de relaciones laborales, decae el interés por la modernización organizativa y por tanto el de su estudio. Ello no quiere decir que desaparece el tema plenamente pues se sigue trabajando sobre algunas de sus perspectivas como es la gestión de los recursos humanos o la importancia del capital social dentro de las organizaciones. Pero en el nuevo contexto, emergen otros temas en vinculación con la organización del trabajo. En los primeros años sería el de la cogestión, en virtud de las experiencias que se emprendieron y en especial en las empresas expropiadas; el de las cooperativas de trabajo asociado, por ser una de las puntas de lanza en los inicios del gobierno de Chávez; y el de la subcontratación, práctica que cobró mucha fuerza tanto en el sector privado como público, sobre todo a raíz de que fuera decretada la inamovilidad laboral. Sobre estos temas se ha escrito mucho y desde perspectivas contradictorias, como es de esperarse dentro de la polarización existente en el país.
Pero en este momento que los consumidores andan nerviosos buscando productos esenciales para el consumo familiar, y los empresarios y gerentes otro tanto, tratando que sus negocios puedan cumplir con los clientes, que se mantenga activa la producción y las ventas. Pero más complicada es la situación si se toma en cuenta que no sólo se trata de buscar y encontrar tal o cual bien o servicio, sino el de los recursos para pagarlo por la especulación que anda de la mano con la escasez; igual la preocupación por mantenerse dentro de los parámetros de la frondosa maraña de regulaciones e instituciones que emiten permisos, que inspeccionan y eventualmente multan. Además éstas últimas no son solo las legales, sino las que provienen de la privatización de la seguridad y la protección, la cual se extiende informalmente dentro y fuera de las entidades públicas, llegando incluso al surgimiento de mega bandas que hostigan a los centros productivos y al desplazamiento de productos.
En escenarios tan inusuales se ahonda el déficit en los estudios y comprensión de la organización del trabajo.
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