Mes a mes el país lee con frustración los nuevos valores de la canasta alimentaria y la canasta de productos básicos. Su crecimiento en los últimos años expresa los resultados fallidos de los esfuerzos que se han puesto en práctica para intentar corregirlo.
Para los trabajadores esta es una de las expresiones más brutales de la desvalorización de su esfuerzo laboral: que su ingreso cada vez le alcanza para menos productos y servicios, lo que lo lleva a ir prescindiendo de algunos de ellos, reduciendo cantidades, calidades y desmejorar su nivel de vida, en fin empobreciéndose.
En nuestro país los trabajadores estaban acostumbrados a medir sus ingresos en valores nominales. Los proyectos de convenios colectivos de elaboración por parte de los sindicatos, solicitaban aumentos en cantidades nominales. En general así funcionaba gran parte de las demandas laborales. Por supuesto que no era la forma más objetiva para la discusión salarial. Desde siempre ha debido plantearse en valores reales. Nada extraordinario si tomamos en cuenta que así es como ha funcionado y funciona la administración empresarial para fijar sus precios y costos.
La desvalorización del trabajo tiene además otras expresiones aparte de la elocuencia de ver la brecha que se aprecia entre los valores salariales y sus ajustes periódicos, y la manera como se comportan los precios semana a semana, mes a mes.
La escuela de los clásicos de la economía liberal, sustentó que el trabajo es esencial para la creación de riqueza. La escuela marxista fue más lejos y señaló que era el trabajo la más genuina fuente para crearla. Diferencias importantes surgieron en el control del proceso de trabajo, en la determinación de los precios y en la distribución de la ganancia. Pero en común se sustentaba el reconocimiento de la valorización del trabajo.
En nuestra cultura y tradición familiar se concibe que la educación es para prepararse para ser un buen ciudadano y para que con el trabajo asegurar el sustento y el progreso personal y familiar. Hay ejemplos y realidades que confrontan con esta perspectiva.
En la realidad que se vive en la Venezuela de estos años, uno de los fenómenos más notables es que el trabajo ha perdido valor. Por eso el empobrecimiento del que trabaja. A tal punto que personas que llevan a cabo casi cualquier actividad informal sin inversión ni complejidad alguna logran obtener mayores ingresos que muchos de aquellos que trabajan convencionalmente, sometidos a horarios y subordinación.
Lo anterior también atenta contra la preparación sistemática para el ejercicio de tareas laborales. Teóricamente el valor del trabajo tiene entre sus sustentos más importantes la de la formación y la experiencia, el conocimiento. Preservar esta relación es conveniente para cualquier sociedad porque para un progreso real y sustentable no son los atajos las vías más indicadas, sino la preparación, el conocimiento.
La desvalorización del trabajo en los países no desarrollados también se expresa en el hecho de como se distribuye el ingreso entre el capital y el trabajo. En los países desarrollados del total de los ingreso va al trabajo un porcentaje mucho mayor que al capital. En esta distribución ha sido muy importante la evolución luego de la I Guerra Mundial, y aún luego de la II. Estos fenómenos dieron lugar a acuerdos y pactos que fortalecieron la distribución más equilibrada, por eso dando mayor participación a quiénes eran los aportantes del trabajo. En ese sentido, en los países latinoamericanos y africanos no han logrado estos niveles. Seguimos a lo sumo mostrando una distribución aún mayor para el capital que para el trabajo.
Obviamente la desvalorización del trabajo también resulta no sólo de la relación entre los precios y salarios, ni de como se reparte el ingreso entre capital y trabajo, sino también como se dirige y organiza la economía y la sociedad en general. Al respecto en nuestro caso en donde la renta petrolera juega un papel central, y el acceso a ella determina riqueza y pobreza.
Históricamente se han creado riquezas no sustentadas en el trabajo sino más bien en el acceso a la renta petrolera. El tema es de envergadura para profundizarlo en pocas líneas. Pero si es indiscutible destacar que el control y la vinculación con el Estado, es de primera importancia para aclarar el peso y las formas que adopta la distribución de la renta petrolera y el trabajo.
Por diversas razones se observa la disminución del ingreso petrolero, no sólo por los precios del barril, sino por la pérdida de producción, de eficiencia, de productividad, por los mayores costos, por el manejo de su producción con esquemas políticos e ideológicos dirigidos a ganar adhesiones y compromisos que le cuestan grandes cantidades de dinero al país, y que por otro lado se ha mostrado cuan frágiles son estas “inversiones“. Total que esta renta se ha achicado.
Finalmente se desvaloriza el trabajo cuando se promueven soluciones a problemas a partir del no trabajo, como se ha manejado la crisis de energía, minimizando el trabajo, así como desde el poder se promueve frecuentemente actos sectarios en tiempo de trabajo que erosionan la cultura laboral.
Se confunde trabajo con estar en nóminas para hacer tareas no laborales. Se confunde trabajo con asistencialismo.
Igual cabe señalar el presentismo, es decir, atender el horario laboral pero sin llevar a cabo las tareas propias de los cargos.
Las políticas económicas han llevado a innumerables centros productivos a no contar con materiales para trabajar por lo que han de tener a los trabajadores sin ejecutar tareas. Las nóminas abultadas en los centros de trabajo tanto públicos como privados, también es una forma de desvalorizar el trabajo.
Para los trabajadores y para el país es necesario recuperar la valorización del trabajo. Ello demanda políticas bien diferentes a las que se han venido aplicando.
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