Retomando la tesis de el no trabajo como solución, en esta ocasión se apunta la mirada hacia el tiempo que viene invirtiendo la población en la búsqueda de los bienes de primera necesidad, tanto alimentarios como hogareños de consumo cotidiano.
Nunca antes los economistas en Venezuela habían disfrutado de tanto seguimiento por parte de la población en sus análisis y opiniones, sobre el desarrollo de la economía del pasado reciente, del presente y de las expectativas. Otra crisis viene dando lugar a que en las últimas semanas otro grupo mucho más especializado, ya más por el lado de la ingeniería eléctrica, viene igualmente convirtiéndose en referentes en seguidores de sus opiniones sobre la situación de la energía y la electricidad en particular.
Los problemas que vive la población al no poder acceder a los bienes imprescindibles para su vida son tema de explicación de varios campos disciplinarios, predominando las explicaciones de los economistas.
La razón descansa en la extrema gravedad que se muestran en los indicadores económicos, cualquiera sea el que se escoja se verá que la crisis es extrema, sea el movimiento del PIB, la inflación, el déficit fiscal, la escasez, la producción, la productividad, los salarios, la inseguridad jurídica, inversiones, la deuda interna y externa, las reservas internacionales, la fuga de capitales, la pérdida de capital humano.
Obviamente que lo dramático de estos índices económicos, repercuten en los que corresponde con lo social, como la pobreza, indigencia, consumo calórico, salud pública, deserción escolar, mortalidad, bienestar y calidad de vida, inseguridad de las personas y de los bienes. Quienes se resisten a reconocer estas realidades económicas y sociales aún le dan crédito a las teorías de la guerra económica, afortunadamente cada vez menos personas.
En el plano de lo cotidiano, las personas buscan afanosamente algún ingreso para inmediatamente consumirlo en bienes esenciales para la sobrevivencia. Son cada vez menos los sectores que están en capacidad de adquirir bienes y servicios típicos de los que permitían ir mejorando la calidad de vida.
Conseguir los bienes para la sobrevivencia da lugar a una lucha diaria que se ve en las entradas y alrededores de los expendios de alimentos y productos para el hogar. Es la vitrina de la ansiedad y el nerviosismo: en las colas que se observan en todo el país con cada mayor diversidad, en ciudades de todo tamaño, en sectores de todo tipo de ingresos, en negocios públicos y privados, grandes, medianos y pequeños.
El racionamiento lo determina la escasez, pero lo agrava los pocos ingresos de las familias. Sume a esto las tensiones de la atmósfera de las colas. Los colistas cada vez son más diversos, empezaron por ser los más pobres, pero ya se ha ampliado a los sectores medios quienes se han visto obligados a hacer sus colas. Los diferenciales que cobran los bachaqueros ahuyentan a compradores empobrecidos, que ahora van a hacer sus colas, en tiempos que la escasez es mayor y algunas de las empresas estatales para la distribución de alimentos han venido cerrando, por corrupción y desorden, como el caso de la cadena Bicentenario.
A pesar de afirmar la existencia de tensiones en los ambientes de las colas, hay que destacar que este nivel es solo la expresión de las complejas causas que más arriba han dado lugar a la escasez, y luego su acentuación con las erráticas medidas para explicarlo y combatirlo por parte de las autoridades nacionales.
Cierto que en las colas se observan situaciones condenables, como coleados atropellando o intimidando a indefensos ciudadanos, la venta de puestos, acuerdos con funcionarios y conexiones con personal de los establecimientos comerciales para tomar ventajas en la garantía de acceder a los productos. Sumemos a estas anomalías, que las colas se empiezan a formar desde tempranas horas en la madrugada, incluso en pernoctas en los alrededores, en horario de alto riesgo para quienes están en la calle, donde no hay vigilancia policial. Todo este ambiente configura un cuadro inflamatorio a situaciones más complejas como los asaltos, las peleas, los saqueos.
Otra consecuencia no secundaria, es el desgaste que produce en las personas toda esta rutina de ir en la persecución de los bienes, la incertidumbre de conseguirlos, el atropello de hacer las mismas colas, hay quienes se resisten a hacerlas porque afirman que va en contra de su dignidad, o que si están en una cola sienten el peso de lo indigno de no tener la libertad y la comodidad de hacer las compras de bienes que le materializan su derecho a la alimentación y a la vida misma.
Obviamente con el cuadro expuesto, el ausentismo laboral ha alcanzado índices nunca vistos. Los trabajadores/as se vienen tomando sin mayor tramite burocrático, como pedir autorización incluso, el día que corresponde a su terminal de cédula de identidad para gestionar la adquisición de alimentos y bienes esenciales, ya la misma supervisión está al tanto de esta necesidad, por tanto el personal tiene la certeza que no podrán despedirlo por esta causa, claro tomando en cuenta los limites del número tope de días que se permiten como ausentismo injustificado. La gerencia y los supervisores poco pueden hacer ante una situación que se ha ido de las manos de la conducción empresarial.
Algunos afirman que las colas vienen consumiendo no sólo el tiempo de las personas, que por ello dejan de trabajar, de estudiar, de atender otras actividades personales y del hogar, sino además que les consume y les somete a prestar su atención a satisfacer estas necesidades, dejando de lado la reflexión, organización y participación en las actividades efectivas para el fortalecimiento de la ciudadanía. Que sea el debate que este dilema intenta levantar el que nos lo aclare.
@hl_lucena
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