Un nuevo aniversario de los acontecimientos del 11 de Abril de 2002 obligan a seguir reflexionándolo. Es una tarea que gradualmente vienen emprendiendo varios autores; sea para justificar o para condenar lo ocurrido. La polarización en este tema alcanza sus niveles más elevados. Sigue pendiente abordar los hechos con el concurso de una comisión de la verdad, cuya composición no sea dominada por ninguna de los dos polos. Mientras tanto, la historia la cuenta con más capacidad divulgadora quién gobierna y aún más si es el ganador de la contienda. Quedan por supuesto, eslabones perdidos e interrogantes no respondidas.
Para el movimiento de los trabajadores este hecho histórico les fue adverso, ya que se comprometió con las acciones de protesta que culminaron con la más gigantesca marcha que haya ocurrido en la historia del país. Hasta el desarrollo de las multitudinarias marchas, se puede reconocer que estar a la cabeza de estas manifestaciones era el camino. Lo crítico y controversial de la situación fueron los acontecimientos que se movían en los entretelones, como ese de que súbitamente se anunciara como Presidente de la República al máximo líder gremial empresarial. Esto de por sí representó una derrota para el liderazgo laboral comprometido con las protestas. Después de ello cuesta que la CTV levante cabeza. Lo lamentable del asunto es que no haya hasta ahora quién ocupe su lugar.
Sin duda que se han hecho intentos para ocupar ese lugar dejado por la CTV. Pero no se logran los resultados propios, que permitan que los trabajadores cuenten con una central que tenga audiencia nacional, que sea oída por los otros poderes políticos, sociales y económicos, y que en alguna medida exprese los intereses de los trabajadores. No hay que dejar de destacar que los mismos intereses de los trabajadores no son homogéneos, como tampoco son los del empresariado. La diversidad es inevitable en ambientes democráticos. Lo que importa al final, es una central que sea interlocutora en los temas macros, ante las otras fuentes de poder actuantes en la sociedad. Y que en paralelo, las organizaciones sectoriales y regionales existan y funcionen para estos niveles de acción, y que las organizaciones de bases no sean ahogadas por el peso y burocratismo de las organizaciones centrales nacionales.
Al inicio del gobierno bolivariano se encontró con un liderazgo en el movimiento de los trabajadores que cargaba en su contra, su ausencia en hechos que aceleraron la búsqueda de opciones políticas inéditas o innovadoras en los caminos electorales. La ocurrencia del “caracazo” o “sacudón” –febrero 1989-; luego los dos intentos de golpes de estado de 1992 –febrero y noviembre-, finalmente la destitución del Carlos Andrés Pérez de la Presidencia de la República en 1993 por hechos de corrupción, dejaron al liderazgo político tradicional y en su seno al de un movimiento sindical subordinado a los partidos, en situación delicada.
Apenas se recuperaba el movimiento sindical, por dos hechos interesantes. En primer lugar en el sector petrolero por las negociaciones del convenio colectivo en septiembre de 2000, al producirse huelga petrolera que derrota las pretensiones del gobierno de imponer un contrato colectivo unilateralmente, desconociendo a las organizaciones sindicales más representativas – Fedepetrol y Fetrahidrocarburos- y favoreciendo la constitución de nuevos actores sindicales, aspirando con ello el desplazamiento de las centrales anteriores. Lo segundo es el resultado tanto del referéndum sindical – diciembre de 2000-, no obstante promovido por el gobierno tuvo tan solamente una participación electoral de 22%, lo que trajo para el año siguiente las elecciones sindicales nacionales, cuyos resultados los ganaron las fuerzas tradicionales en alianza con nuevos sectores que ya empezaban a separarse del bloque gubernamental.
Este incipiente proceso de recuperación, hace más lamentable el papel jugado por el liderazgo del movimiento sindical cetevista en los sucesos de abril del 2002, porque de esa manera se abortó una recuperación que venía dando muestras consistentes de reconstrucción, luego de un tsunami de acontecimientos adversos.
Resultado de lo anterior, aún hoy domina en el discurso y comportamiento de buena parte de quienes se identifican con el gobierno de calificar de derechista, ultraderechista, golpista, fascista, y cuanto epíteto tenga cargas similares, a todo aquel dirigente que apele a los valores propios de un movimiento de los trabajadores autónomo y democrático. Hay dogmatismo en las valoraciones. Se simplifica por supuesto la realidad histórica, claro en tanto no se haya estudiado con mayor detenimiento, profundidad y que se pongan a un lado tanto prejuicio.
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