Desde hace un par de décadas le hemos venido prestando atención al fenómeno de la fragmentación en las Relaciones de Trabajo. Con ello se quiere destacar la fractura de los mecanismos de representación de los actores sociales. El levantamiento social de febrero 1989, fue la revelación cruda que sorprendió a quienes fungían de líderes de las organizaciones sociales, económicas y políticas. Los liderazgos y la integración de la sociedad estaban desconectados. Desde entonces se intenta encontrar modos y caminos de proyectos de consensos.
Para entonces, en las Relaciones de Trabajo ya se venía experimentado un desgaste. El hecho de que sus instituciones y mecanismos venían perdiendo capacidad de cobertura, era la evidencia. Los empleos estables, tutelados, que mejoraban año tras años, venían siendo sustituidos por trabajos sin tutelas, inestables y desmejoramiento progresivo de las conquistas logradas desde los años cuarenta en adelante. De esto se trata cuando hablamos de fragmentación de las Relaciones de Trabajo.
La Fragmentación de las Relaciones de Trabajo no es un fenómeno que aparece de súbito. Bastante se ha abonado para que haya alcanzado dimensiones preocupantes. Véase el caso del caos de lo laboral en el sector de la construcción y en las empresas básicas, aparte de la desaparición de un buen número de centros productivos.
En sus mejores momentos, las Relaciones de Trabajo abrieron opciones para que se mirara el futuro con expectativas positivas, con esperanzas. Claro que ellas no llegaron con sus mecanismos a toda la sociedad y esa era la debilidad que había que resolver. La administración pública, las empresas grandes y medianas, fueran privadas o públicas, albergaban los mejores empleos, que constituían la población cubierta por los mecanismos en cuestión. En la periferia de este núcleo funcionaba un vasto número de pequeñas empresas, en donde se observan situaciones muy diversas, desde la real existencia y funcionamiento de los mecanismos, hasta casos de absoluta desprotección.
Con la apertura económica de los ochenta, la búsqueda de la disminución de los costos se convirtió en un acelerante que fue llevando al aparato productivo a la implantación de estrategias para sobrevivir. Desde el Estado no hubo definiciones para construir estrategias de adaptación a los procesos de apertura, que permitiera suavizar las consecuencias. Ante ello, fue ganando terreno una estrategia perversa como la de la disminución de los costos. Otras estrategias, como la de fortalecimiento del capital humano, la de fomento de la innovación, la de la especialización y aprendizajes productivo, carecieron de un plan ambicioso y liderado por quienes condujeron las políticas públicas de entonces. Desde el capital, las adecuaciones dominantes era sobrevivir según las opciones que el mismo determinaba.
Ante este dilema, las organizaciones de los trabajadores, ejecutoras de un patrón reivindicativo no centrado en lo productivo, carecieron de proposiciones. El mismo patrón reivindicativo consumía las energías de su liderazgo, dejo abandonada la construcción y fomento de proposiciones productivas propias, que fueran alternativas a la clásica opción empresarial de la reducción de costos. Se ha considerado que la última preocupación sistemática del movimiento de los trabajadores por construir alternativas más allá de lo reivindicativo, y con elementos importantes de definición de los modelos productivos, fue el Manifiesto de Porlamar, aprobado en el congreso cetevista de 1980. Aunque es importante mencionar que su contenido tenía un basamento construido fundamentalmente por asesores profesionales y académicos, pero que el liderazgo y el movimiento asumió como propio, pero sólo en lo formal, ya que transcurrido el congreso y su impacto inicial, su liderazgo dejó de lado aquellos postulados.
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