La historia
industrial en el siglo XX se desarrolló dando lugar a tres fases claramente
distinguibles. Una primera caracterizada
por una producción artesanal, donde obreros de oficio calificados –artesanos-
producían bienes a partir de su propio dominio de los procesos de trabajo. El
resultado de este esfuerzo laboral era una diversidad de productos que venían a
satisfacer las demandas de las categorías sociales superiores, las que contaban
con los medios para acceder a bienes personalizados.
Una segunda
fase se alcanza con el desarrollo de las fábricas y la producción masiva en
serie de productos estandarizados, por parte de obreros con poca o ninguna
calificación, cuyas funciones operativas estaban rigurosamente predeterminadas
en descripciones de cargos y en manuales operacionales. Esta fase permitió que
estos productos industriales estandarizados fueran accesible por sus costos y
cantidades a los propios obreros que lo elaboraban.
Finalmente
el siglo concluye con una tercera fase, la denominada producción ajustada.
Japón fue el epicentro de estas prácticas productivas, que luego se extendieron
a otros países. En esta fase se pasa a productos diversificados elaborados por
trabajadores más calificados que los de la fase anterior, a precios competitivos,
de calidad, a proveedores asociados a las marcas líderes en los distintos
bienes que se distribuyen en todo el orbe.
Pero la
producción ajustada no pudo sostenerse como el modelo universal de la
producción industrial más exitosa. Tanto el país –Japón- en donde logró
asentarse con mayor profundidad, como las firmas emblemáticas de este esquema, tuvieron necesidad de
reestructurarse y en muchos casos asociarse con grupos extranjeros y retomar
prácticas que en un momento se consideraron menos eficientes. Por tanto las características mas
sobresalientes del modelo fueron reemplazadas por otras más convencionales. El
encanto que despertó la producción ajustada en casi todo el mundo fue
disipándose.
Estas
fases, y especialmente la emergencia de la tercera y sus dificultades de
universalización, han sido foco de investigación de Gerpisa (Grupo de Estudio e
Investigación Permanente sobre la Industria y los Salarios Automotrices) – y se recogen en R Boyer y M Freyssenet “Los modelos productivos” Edit Lumen, 2001. El
sector automotriz es el más estudiado de todos las actividades productivas. Su
capacidad innovadora, su complejidad organizativa, su vinculación con una
amplia gama de sectores industriales, su nivel de desarrollo de las relaciones
de trabajo, son factores que llevaron a cientistas sociales, tecnólogos,
gerentes, hacedores de políticas públicas y la academia en general a
interesarse minuciosamente por su funcionamiento. Un resultado del conocimiento
que a nivel global se tiene sobre este sector es lo que se evidencia en obras
como la citada.
La
industria es una actividad empresarial muy demandante de exigencias a quienes
la asumen. En primer lugar los requerimientos de capital, de conocimientos y
calificaciones, de riesgos. Una instalación industrial en plena producción no
es resultado de la improvisación ni de la suerte. Es el concurso de la
empresarialidad, de liderazgo
productivo, de políticas públicas adecuadas y de una plantilla de gente
laboriosa.
En nuestro
país cada vez se nos coloca más lejos disponer de una estructura productiva
industrial equivalente a nuestras necesidades como sociedad y nación. Hemos
venido perdiendo industrias, ya porque se han ido a otros lugares, ya porque se
han reconvertido a importadores o comercializadores, ya porque han cerrado.
Un problema
neurálgico a debatir es el tema de la ganancia, de la renta. No hay
posibilidades de construir o preservar una estructura industrial sino se admite
como un hecho normal la renta del capital, es decir la ganancia. El debate incluye un nivel de renta que tome
en cuenta complejidades, riesgos, cuantía del esfuerzo, en fin todo lo que ya
quienes gobiernan han experimentado, al tener en sus manos la administración de
miles de unidades productivas de todos los sectores y ramas que no han podido
manejar con eficiencia, y que se les han venido deteriorando.
Un avis raris en el conjunto de empresas
industriales en manos del gobierno que venía funcionando satisfactoriamente, es
Industria Diana. Pero ¿que ha pasado que de la noche a la mañana un ministro,
decide cambiar la Dirección General y el equipo directivo?, los trabajadores
reaccionan y se oponen a los que consideran los interventores. Se plantea un
conflicto pero trabajando normalmente. Sin embargo la represión se hace
presente, se militariza la instalación productiva, se promueve una campaña de
desinformación, se niega el acceso de los planteamientos de los trabajadores a
los medios de comunicación estatal, se intervienen teléfonos, se niegan los
permisos para que los productos salgan a los centros de distribución y luego al
consumo.
En fin uno se pregunta en que
modelo productivo estamos en Venezuela.
Más importaciones, más dependencia, menos soberanía. El desespero por encontrar
un camino productivo lleva a medidas improvisadas, que golpean lo que se tiene
sin construir para el futuro. Las victimas son no solo los empresarios
confiscados, sino los trabajadores que han perdido empleos, o que con la
estatización pasan a tener empleos de menor calidad y más incertidumbre. O
descendientes formados que miran al exterior como alternativa. Mientras tanto
hay desagües de recursos por malversación, corrupción e incompetencias en
ensayos sin éxito ni futuro. Por otro lado comprometemos nuestra soberanía, con
presencia extranjera cada vez más voraz en actividades productivas nacionales.
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