Los esfuerzos por emprender la industrialización, se ubican a partir de la década del cincuenta y sesenta del pasado siglo. Un fenómeno tardío si se compara con otros países de la región. Se ha sustentado la tesis que la industrialización venezolana estuvo motivada a aumentar el consumo interno de bienes y servicios, para compensar los desequilibrios favorables de la balanza de pagos con los Estados Unidos de Norteamérica, es decir el país les exportaba (petróleo) pero no consumía, así que la industrialización le permitió al capital norteamericano asegurar un enclave para el consumo de sus productos (Malavé Mata, 1973: 56). Importa destacar que antes de la industrialización el ingreso per cápita del venezolano era de las más altas de América Latina.
También se ha destacado la tesis de la sobrevaluación del signo monetario; lo que afectó en una primera etapa las posiciones del sector agroexportador tradicional, benefició las importaciones, y no facilitó las exportaciones manufactureras. Estos signos se revierten con las devaluaciones que se inician en 1983 y que aún persisten (Baptista y Mommer, 1989). En tanto en los últimos años varios países latinoamericanos han sobrevaluado su moneda, en Venezuela la devaluación ha sido un fenómenos persistente en las últimas tres décadas.
Las inversiones estatales con recursos provenientes de las exportaciones petroleras, sirvieron para la instalación de las industrias básicas de energía y materias primas como el acero, la petroquímica y el aluminio, así como infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria recibieron cuantiosos recursos en los años cincuenta, sesenta y setenta. Todo esto respondía a una realidad, el Estado disponía de los recursos de la renta petrolera, lo que lo convertía en un distribuidor, y no sólo un redistribuidor de los ingresos derivados de la actividad productiva de capital y trabajo. De tal modo que la distribución factorial del ingreso en Venezuela es el resultado de dos procesos de distribución con características muy distintas entre sí (Baptista y Mommer, 1989:16); fortaleciendo así el peso del Estado en la determinación del modelo productivo.
En lo relativo al sector manufacturero, la década del sesenta fue clave para su establecimiento y crecimiento, ya que se adoptaron políticas estatales de estimulo y fomento. Fue un modelo que tuvo notables carencias en el limitado encadenamiento con la producción de materias primas e insumos nacionales, por tanto se le ha llamado un modelo ensamblador, que requería un fuerte componente de importaciones para su funcionamiento. Las inversiones extranjeras se sintieron atraídas por las facilidades otorgadas, y por otro lado, algunos pocos empresarios que detentaban riquezas adquiridas en la agricultura y el comercio, asumieron iniciativas en el sector secundario. Resultado de este proceso se alcanzó para los fines de los sesenta, una contribución del sector manufacturero al PIB de un 18%. Sin embargo a muy temprana fecha, el sector manufacturero empieza a vivir un acelerado proceso de cambio estructural con un marcado sesgo desindustrializador.
Algunos autores llaman la atención que la des-industrialización venezolana es de naturaleza temprana o prematura, pues parece haber comenzado a finales de los años ochenta cuando los niveles de PIB per capita eran bajos (Vera, 2009:89; Valecillos, 1993; Carmona, 2009). Hecho más llamativo y se toma en cuenta que la industrialización venezolana es de las más recientes en el continente, el despegue comenzó en los años cincuenta y se consolidó en los sesenta, es decir empezó sesenta años más tarde que Argentina, Brasil, Chile, México, e incluso veinte años más tarde que en Colombia. (Echavarría y Villamizar, 2010). Este proceso ha continuado persistentemente en los noventa y en lo que va del siglo XXI, en contrapartida ha ocurrido que la economía venezolana se ha primarizado, ya que su composición de actividades con valor agregado han venido a menos, a cambio de actividades basadas en la exportación de petróleo, así como en la importación de bienes de consumo.
Por supuesto que también ha ocurrido un amplio proceso de tercerización, que se expresa en que el sector servicios representa cerca del 70% de la estructura ocupacional, con énfasis en el empleo en la administración pública, en los servicios personales y en el comercio. El peso de los servidores al servicio gubernamental subió entre el 2004 y el 2008, con 517.600 nuevos trabajadores, para alcanzar a 2.257.126 (octubre 2009), representando un 18,2 % de la p.e.a. Para el 2003 el porcentaje era de 14%.
Un plan de re-industrialización es una tarea necesaria para el futuro del país. Es un tema para la discusión, el acuerdo y una visión amplia del país.
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1 comentario:
Saludos nuevamente, en este tema no podemos dejar a un lado la dimensión política, no obstante el ambito de las regulaciones; es que sin duda el inicio de la democracia trajo consigo un proceso modesto que intentó industrializar el país, y creo que sin duda alguna ello fue logrado, pues me cuentan que para los años 70 la Zona Industrial de Carabobo (por ejemplo) era una pujante y permanente zona de movimiento económico e industrial, no obstante, hoy vemos con tristeza como todo este hermoso desarrollo ha mermado. Considero que un país avanza cuando su gobierno aplica políticas serias y bien estudiadas, no es posible que se genere confianza y más industrias con las amanezas de expropiaciones, con las nefastas medidades de racionamiento electrico, además de un sistema cambiario que no funciona en lo más remoto a como debería ser, pues CADIVI cada vez otorga menos divisas a las empresas. Asimismo es importante señalar que al contrario de la mayoría de los paises, en el nuesto la creciente legislación laboral y la carga generada sobre el patrono o empleador han generado la huida masiva de inversión extranjera e incluso nacional.
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