sábado, 15 de octubre de 2011

QUE CONSUMIMOS Y PRODUCIMOS. IMPACTOS EN EL TRABAJO

En la presente semana se consumía en nuestro hogar leche procedente de España, la semana pasada fue otra marca procedente de Ecuador. Es lo que se consigue en los anaqueles. Esto viene pasando no sólo con la lecha, sino con una importante cantidad de productos alimenticios básicos en la dieta de la población. La dependencia de alimentos procedentes del exterior afirma que no hemos tenido éxito en la búsqueda y conquista de la soberanía alimentaria. La carencia se subsana artificialmente, ya que se realiza al tiempo que el país consume las divisas petroleras.

Con el consumo de un bien no renovable, como es el petróleo, deberíamos más bien privilegiar la creación de la infraestructura para conseguir la soberanía no solo alimentaria, sino también en otras ramas productivas. Lamentablemente, la ecuación en desarrollo no logra romper el viejo circulo vicioso de liquidar un bien, que es un activo como es la riqueza petrolera, sin que se construya y estabilice una base productiva sustitutiva. Todo ello avizora un futuro difícil para la población venezolana.

Este problema es lo que lleva a admitir el continuado proceso de desindustrialización que experimenta el país desde hace tres décadas. Es por ello que nos vemos en la necesidad de importar un producto básico como la leche, y llamativo el caso por contar con un país tan extenso en sabanas adecuadas para pastos, y que por otro lado el procesamiento de la leche para pasteurizarla y envasarla, es un proceso industrial elemental, que conlleva un modesto valor agregado.

Los esfuerzos por emprender la industrialización, se ubican a partir de la década del cincuenta y sesenta del pasado siglo. Un fenómeno tardío si se compara con otros países de la región. Se ha sustentado la tesis que la industrialización venezolana estuvo motivada a aumentar el consumo interno de bienes y servicios, para compensar los desequilibrios favorables de la balanza de pagos con los Estados Unidos de Norteamérica, es decir el país les exportaba (petróleo) pero no consumía, así que la industrialización le permitió al capital norteamericano asegurar un enclave para el consumo de sus productos.

También se ha destacado la tesis de la sobrevaluación del signo monetario, afectando las posiciones del sector agroexportador tradicional y las exportaciones manufactureras, y beneficiando las importaciones. Estos signos se revierten con las devaluaciones que se inician en 1983 y que aún persisten.

El país experimentó un largo período de crecimiento de su producción industrial –PIB manufacturero- en la década del cincuenta el aumento fue 221%, en la del sesenta de 114%, y en la del setenta de 97%. Estos fueron años de crecimiento espectacular, como el que hoy sostienen los países emergentes, entre ellos Brasil. Claro no analiza este breve párrafo la naturaleza y sustentabilidad de este crecimiento nacional. Pero si vale llamar la atención, del contraste que muestran los resultados de la producción industrial en las tres siguientes décadas. La del ochenta apenas un crecimiento 15%, la del noventa un claro estancamiento, con un 1%, y lo más catastrófico se observa en la primera década del presente siglo con una disminución del PIB manufacturero de un -7%. Todos los datos procesados provienen de los Informes del BCV.

Como sabemos cada día aumenta la población, por tanto el PIB per cápita decrece más dramáticamente. Por ello nuestra acentuada dependencia de las importaciones. El fenómeno de la desindustrialización se observa en muchos países, pero en contrapartida también ocurre la existencia de cambios en los patrones productivos, como es el caso de países que reorientan su modelo productivo al fomento de otras actividades para lograr las divisas necesarias, especialmente hacia las actividades de servicio, ya sea el turismo, el fomento de actividades basadas en conocimiento como palancas para la exportación, son dos claros ejemplos.

Al experimentar el continuado proceso de desindustrialización, ya por tres décadas continuas, se han perdido empleos formales, bien remunerados, tutelados, protegidos por la seguridad social y los convenios colectivos. No sólo en las industrias que ya no existen, sino en las cadenas de suministro de materias primas, servicios, así como en el desarrollo aguas abajo de estos insumos para otras actividades de transformación. Todos estos beneficios los capitalizan aquellos países receptores de nuestras divisas que pagan lo que les importamos. Promovemos el capitalismo de otros países, a cambio del sacrificio de nuestro aparato productivo.

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