domingo, 5 de junio de 2011

La Violencia en Venezuela

Acaba de salir de imprenta el Cuaderno No 6 “Una lectura Sociológica de la Venezuela Actual” dedicado al tema de la Violencia. Esta publicación es editada por la Universidad Católica “Andrés Bello”; recoge el Prólogo de Verónica Zubillaga y tres trabajos de investigación sobre el tema: “Violencia en el hogar y en las relaciones intimas” – Tito Lacruz-, “Alternativas a la Violencia: lecciones de los Evangélicos”, de David Smilde, y “Violencia Sindical” de nuestra autoría. Destacaremos algunos planteamientos del prólogo vinculándolos con el mundo del trabajo, dejando para otras fechas reflexiones sobre los otros temas.

Señala la prologuista – V. Zubillaga- que a partir de la década de los noventa las muertes violentas se han convertido en un problema de salud pública en América Latina. La situación de Venezuela destacas especialmente por la magnitud del cambio experimentado. En 1999 la tasa de homicidios era de 25 por cada cien mil habitantes, diez años más tarde, Venezuela alcanza la tasa más alta de la región con 75 homicidios por cada cien mil habitantes. Incluso superior a países que han confrontado conflictos armados en el pasado reciente – caso El Salvador- o en el presente, caso Colombia.

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana (2009), el 80% de esos asesinatos se comete con armas de fuego. Lo que lleva a identificar que Venezuela vive una situación denominada violencia armada en contextos no bélicos. Lo que resulta más grave, ya que hay resistencias en las esferas estatales a admitir la gravedad de la situación, y se dejan de tomar medidas que contrarresten el estado de emergencia real que viven los ciudadanos pacíficos.

La violencia es caracterizada por los estudiosos como urbana y social, ya que la mayor parte de los homicidios ocurren en las urbes donde se concentran mayor riqueza y movimiento económico, y mayor desigualdad social, tales son los casos de Caracas, Maracaibo, Valencia y Ciudad Guayana. La prologuista también caracteriza esta violencia de carácter difuso, pues no se trata de un conflicto central sino una conflictividad expandida. Por un lado, una dimensión económica, orientada hacia el control de los recursos o actividades económicas clandestinas, como el tráfico de las drogas, de armas y el crimen organizado. La expresión en el mundo del trabajo, es el tráfico y mercantilización de los puestos de trabajo.

Por otro lado una dimensión social o más bien infrapolítica, expresada en el quiebre del vínculo social, en la incapacidad de reconocer la humanidad del otro, con una letalidad que en Venezuela los saldos de víctimas equivalen a los niveles de un conflicto armado.

Finalmente concluye el prologo “esta situación conlleva un miedo, que ha penetrado en la cotidianidad de nuestras vidas y escenarios del acontecer diario, tales como las calles por donde transitamos, el hogar, la escuela, los lugares de trabajo, el espacio público, revelando de manera descarnada nuestra conciencia de vulnerabilidad y dependencia de otro que se revela predador, y frente al cual nos hallamos desamparados”.

Véase que se menciona lugares que hasta hace poco eran santuarios, tal es el caso de los sitios de trabajo. Espacio caracterizado por la convivencia necesaria para el acto productivo, y para ganar el sustento de los actores laborales. Cierto que en estos espacios no dejaba de ocurrir arbitrariedades, pero que los sindicatos usando los mecanismos de diálogos, quejas y presiones, ante el patrono o ante las instancias de la administración del trabajo y/o la justicia laboral podían ir resolviendo.

Pensamos que se había quedado atrás la figura de las bandas armadas en y alrededor de los espacios de trabajo, como métodos violentos permitidos por las autoridades en los años sesenta y setenta, pero hoy renacen los mismos métodos, eso sí con nuevos discursos, y ante la mirada pasiva de quienes la sociedad les ha entregado el monopolio de las armas.

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